jueves, 30 de junio de 2011

Juegos “de Altura”

Para la entrada de hoy no reseñaré ningún juego ni adelantaré novedades: muy al contrario, me propongo un pequeño viaje nostálgico a mi niñez y primera adolescencia para el que pido vuestra indulgencia: aunque principalmente una visita personal al pasado, no se deja en ella de hablar, por supuesto, de nuestro hobby ….

Parte de mis ancestros por línea materna descienden de un pequeño pueblecito de la provincia de Castellón llamado Altura. Desde bien pequeño lo visité con mi familia y, llegado un momento, mis padres alquilaron una casa en la que pasábamos las Pascuas, el verano, las fiestas locales, etc. Altura se convirtió un poco en mi segundo pueblo, y de él guardo algunos de los mejores recuerdos de mi vida. Varios de ellos están, cómo no, relacionados con los juegos de mesa –algo que ya contaba en el artículo Tableros, dados y fichas –: ya a finales de los años 70, y sobre todo en los primeros 80, me reunía con mis amigos, casi todos vecinos de la calle, alrededor de los tableros de muchos juegos, lanzando dados y moviendo fichas entre bocadillos de Nocilla y leche con Nesquik, normalmente tras venir de la piscina municipal. De aquellos tiempos recuerdo especialmente cuatro títulos: el Risk, el Misterio, el Monopoly y La ruta del tesoro. Hubo muchos más durante el resto de la década, cuando ya me inicié en los wargames y en Avalon Hill: recuerdo haber jugado a La batalla del Ebro de NAC –que encontramos y compró un amigo en una librería del pueblo de al lado–, a Escape de la Estrella de la Muerte, al Civilization, al Trivial Pursuit y a tantísimos otros, pero los primeros que he citado fueron quizá los más significativos en aquella época. Algunos de mis viejos compinches de aquellos tiempos, a los que no he visto ya hace mucho, siguen también recordando esos títulos los primeros. (Por cierto, me vienen a la memoria imágenes de uno de los que probamos en el que comprabas o especulabas con marcas de gasolina: Shell, BP… ¿alguien me puede recordar su nombre?)

Con el tiempo, allá por 1989 dejé de visitar Altura con regularidad. Mis padres siguieron yendo, pero yo ya sólo hice incursiones esporádicas al pueblo, como mucho de unos pocos días y, en alguna, aún se terció alguna partida –una de La llamada de Cthulhu allá por el 97–, pero esta vez con los amigos que me acompañaban en el viaje. A finales de los 90, mis padres tuvieron que dejar la casa que habían tenido alquilada casi veinte años y encontraron otra, y mis visitas a esta todavía fueron más aisladas, nunca de más de unas horas para comer y pasar un domingo. Aún llegué a llevarme algún juego durante estas breves estancias –recuerdo que una coincidió con el día en que me llegó el Puerto Rico, y me estuve leyendo las instrucciones en Altura–, pero creo que ya nunca más se terció la posibilidad de una partida.

Ya casi he concluido mi historia: el final tiene lugar precisamente en este mes de junio de 2011. Debido a tristes circunstancias con las que no os apesadumbraré, mis padres dejan la casa que tenían alquilada en el pueblo tras trece años, poniendo fin a una tradición de décadas. Toca recoger algunas cosas, tirar muchas otras y pegar un último vistazo al lugar. Durante esta tarea han vuelto a mí algunos viejos amigos, los principales, el Misterio y La ruta del tesoro, ambos de Cefa, que han aparecido entre los muchos objetos semi-olvidados en la casa. No estaban en realidad olvidados: recordaba perfectamente que los tenía allí y, de hecho, los cité en el artículo del que antes he hablado. Simplemente, los consideraba una etapa pasada de mi vida y prefería que estuvieran en Altura, en el pueblo donde saqué mayor provecho a sus posibilidades lúdicas. Ahora, después de treinta años, han hecho el viaje de regreso a mi ciudad. (El Risk y el Monopoly los solía traer siempre aquí a mi casa, y siguen conmigo).

¡La prueba de que ya era aficionado a los juegos de mesa en los 70!
Cefa (Celulosa Fabril) es una marca aragonesa especializada en plástico y fundada en 1946 que a lo largo de su historia ha fabricado infinidad de productos, abarcando muchísimos sectores del mercado. Durante los años 60, 70 y 80 se dedicó también a la fabricación de juguetes y juegos, y ni qué decir que fue decisiva en la afición a los juegos de tablero en muchas personas de mi generación. Y eso a pesar de que hoy en día dichos juegos nos puedan parecer desfasados, arcaicos, injugables o, simplemente, demasiado simples e infantiles. Resulta curioso constatar algunas de las grandes diferencias de los productos del hobby de entonces a ahora, como el hecho de que ni siquiera se citaba al autor de aquellos juegos –cuando hoy en día se venera a muchos diseñadores como si de estrellas del cine o del deporte se tratara–, o de lo escuetas que eran a menudo las instrucciones o rústicas las mecánicas (¡como tener que mover todo el resultado del dado, aunque ello implicara entrar y salir una y otra vez de la misma casilla!). De Cefa en concreto me llamaba también la atención cuán a menudo copiaba conocidísimos juegos extranjeros: no en vano el Misterio es un remedo con ambientación terrorífica del Cluedo, y La ruta del tesoro un Monopoly en el siglo XVI o XVII. No obstante, a mí me gustaban más estas dos versiones concretas precisamente por eso: en la primera salían monstruos y había un tétrico castillo, y en la segunda había torres en lugar de hoteles y doblones de plástico en vez de billetes de papel. También recuerdo de aquellos juegos que solían salir en versiones más sencillas, y en otras “deluxe”: las primeras llevaban componentes más básicos, eran menos vistosas y tenían capacidad para menos jugadores (mi Risk era para cuatro, con lo que siempre teníamos que prescindir de las cartas de eliminar a los ejércitos violeta y negro).

¡Alucinando con los imanes!
Este pasado domingo visité fugazmente la casa de mis padres en Altura por última vez con el objetivo de echar un rápido vistazo y de recuperar alguna de las cosas que tenía allí desde hacía muchos años, más por nostalgia y sentimentalismo que porque les pueda sacar un gran provecho. Encontré algunos tebeos y libros, mis viejos clicks de Famobil y juegos, muchos juegos. Más incluso de los que yo podía recordar: clásicos de siempre como el Dominó, La Oca, el Parchís, mini-juegos de esos que salían en el Cola-Cao y en otros productos, y muchos juegos de tablero más grandes, la mayoría de mis hermanas pequeñas y a los que ni siquiera he jugado jamás. Decidí traerme solamente tres: uno era la típica Guerra de Barcos dentro de una colección de “juegos pocket” magnéticos de la marca Rima (¡sorprendentes cuando los compré siendo niño!); el otro era sin lugar a dudas uno de los primeros, primerísimos juegos que debí tener en mi vida, al menos desde que aprendí a leer: Mil nombres de la A a la Z, dentro de la serie “Juegos Autopista” de la entrañable Educa. Se trata de un sencillísimo título de preguntas y respuestas concebido para niños a partir de 7 años. Revisando sus viejas cartas me he reencontrado con algunas de las que más me gustaban, como las de los animales. El juego se conserva relativamente bien para sus más de treinta años (siempre fui muy cuidadoso), aunque también pasó por las manos de alguna de mis hermanas y ellas no fueron tan respetuosas con sus componentes, de ahí que se puedan percibir escritos y rayajos en la tapa y otras partes. El quinto título que ha vuelto a mí junto con los dos primeros al que también jugué mucho en Altura: un pequeño Master Mind de la firma H.H. Promotions que compramos creo que en una droguería del pueblo siendo yo pequeño y que, lógicamente, me costó algún tiempo comprender.
La caja ha sido, obviamente, remendada más de una vez...
Hoy 30 de junio mis padres abandonan la casa oficialmente. Es cierto que yo casi ni iba por Altura desde hacía dos décadas, pero aún así me produce cierta pena el saber que ahora ya será mucho más difícil volver por mi pueblo adoptivo. Allí se quedan tantos y tantos recuerdos y tantas y tantas partidas que sin lugar a dudas ayudaron a cimentar y consolidar una de las grandes aficiones de mi vida…

viernes, 10 de junio de 2011

República de Roma: ya en mis manos

No me cabe duda de que los juegos de mesa son como una droga: cuando uno se vuelve adicto a ellos (cosa que a mí me ocurrió hace lustros), acaba necesitando continuas dosis. Y aunque intento dosificar mi “aficción”, tanto por motivos económicos como de espacio, casi todos los meses adquiero al menos un par de títulos. Y, por suerte o por desgracia (para mi bolsillo), este junio viene saturado de importantes novedades en el mercado nacional, casi todas de la mano de la empresa española Edge Entertainment, principal perdición de los aficionados lúdicos de nuestro país, sin desmerecer para nada la labor de otras compañías como Devir u Homo Ludicus. Tan sólo para comenzar el verano, Edge nos ha propuesto a los aficionados no pocas traducciones de juegos extranjeros, mayoritariamente de Fantasy Flight. Exactamente los que a mí me interesan son: Civilization, DungeonQuest y el que se ha puesto a la venta hoy: República de Roma, todos ellos remakes o nuevas versiones de juegos editados años atrás.

En concreto, República de Roma apareció por primera vez en 1990 de la mano de la mítica Avalon Hill. Nosotros lo teníamos en nuestra asociación, y de las partidas a aquel juego recuerdo que era original, pero muy difícil (la casa americana numeraba del 1 al 10 la dificultad de sus títulos, y este era, creo recordar, de 10). Aún conociendo esta complicación, no he podido resistirme a la tentación de comprar la nueva versión de Valley Games. Además de, lógicamente, haberse actualizado el apartado gráfico del juego, se supone que se han limado y actualizado sus reglas. Aún así, salta a la vista que estamos ante un juego “de los de antes”, para muchos jugadores (hasta 6, casi un lujo hoy en día) y de extensa duración (unas 5 horas). Los participantes representan diferentes facciones del senado de Roma que deben colaborar para mantener el imperio, pero a la vez conspirar contra las demás y obtener la superioridad política y/o militar. El reglamento básico tiene nada menos que 20 páginas bien repletitas de texto, a las que se añaden luego 4 más de reglas avanzadas. Qué Júpiter nos pille confesados…
Obviamente, apenas acabo de emprender la labor de leerme dichas instrucciones, pero incluyo a continuación una foto de los componentes recién sacados de la caja (y exceptuando el libreto de reglas): por cartón no podremos quejarnos: unas 350 fichas, 178 cartas, 166 monedas, etc, etc… Una de las cosas que más me gustan de los juegos de tablero –a veces, incluso más que jugarlos– es abrirlos, embelesarme con sus componentes –confieso que algunos también me gusta olerlos–, destroquelar las fichas, y por supuesto leerme sus reglas. Es como una nueva aventura, como ver una película o leer un libro, aunque luego, a la hora de jugar de verdad al juego, puedas acabar decepcionado porque esperabas más de él.

Bueno, de momento no hay reseña, claro… Tan sólo quería compartir con vosotros las primeras impresiones de esta nueva (o vieja) adquisición… Ya contaré más si logro reunir a unos cuantos valientes jugadores para abordar tan complejo juego. Para que luego piensen que este hobby es de niños…