Sencillo eurogame de colocación de peones que
me atrajo sobre todo por el período en el que se ambienta, la Guerra de las
Rosas, si bien es cierto que, como muchas otras veces en este tipo de juegos,
la excusa temática o histórica está un poco pillada por los pelos. Ya he tenido
otros títulos inspirados en el mismo conflicto como War of the Roses: Lancaster vs. York y la edición original de Kingmaker, de los que acabé
deshaciéndome, o Richard III, que sí
que conservo.
Obra de Matthias
Cramer, del que ya reseñé Glen More,
fue publicado el pasado año por Queen Games y
tiene una versión en castellano, aunque, aparte de las instrucciones
propiamente, el juego es totalmente independiente del idioma.
Los jugadores (de dos a cinco) representan a
señores menores de la Inglaterra medieval que quieren convertirse en poderosos
aliados del aspirante a rey. Para ello disponen de cinco turnos en los que
comienzan colocando a sus caballeros en tres
posibles destinos, pasan después a una Fase de
Parlamento en la que se aprueban o rechazan nuevas leyes, y acaban recibiendo beneficios y recompensas en función de
dónde colocaron sus fichas.
Disposición inicial del tablero, con los caballeros aún no reclutados de cada jugador y las guerras actuales abajo a la derecha |
Los caballeros
propiamente están representados por fichas de madera que pueden tener un valor
de 1 a 4, y que son más grandes según lo sea éste. Es una de las cosas más originales
del juego, que no se limita en este aspecto a la colocación de peones de la misma forma y tamaño en el tablero. Los caballeros pueden colocarse en los condados de Inglaterra
siempre que igualen o superen el valor de éstos, pueden hacerlo en su propio
castillo, o pueden ir a luchar en las guerras contra Francia. Colocarse en el
primer lugar les dará la posibilidad de reclutar nobles para su causa y otra
serie de privilegios (nuevos caballeros, aumentar la fuerza de los ya
existentes, votos, dinero, escuderos…). Hacerlo en el segundo, su castillo,
también les proporciona bonificaciones similares, aunque menos valiosas.
Colocarse en guerras puede proporcionarles puntos de victoria –que, como
siempre, determinan el ganador al final de la partida– y también otras ventajas
extra a los primeros que lo hagan.
Arriba, el Parlamento con las leyes aprobadas y las propuestas, abajo, el castillo del jugador azul con una extensión ya colocada |
Finalmente, se revisan en este orden los
caballeros colocados en los condados, aquellos colocados en los castillos y las
fichas de extensiones en estos últimos, y los caballeros que están luchando.
Aquel que haya enviado caballeros de mayor valor a una guerra
ganará una determinada cantidad de puntos de victoria, seguido del siguiente o
siguientes según se haya o ganado la guerra, para lo cual entre todos los
jugadores deben igualar el valor de ésta.
Los pequeños peones blancos son los escuderos, que refuerzan a los caballeros en los
condados tanto para defenderlos de los intentos de apropiarse de ellos por
parte de jugadores rivales como para lo contrario: para atacar a un jugador
rival y echarlo de un condado que nos interese. Las extensiones
de los castillos son unas fichas alargadas que se colocan en ellos y equivalen a
tener un caballero fijo en esa posición: al final de cada turno nos dará esa
recompensa concreta.
Detalle del tablero, con los condados con los caballeros y escuderos que los ocupan, las recompensas y los nobles que proporcionan |
En definitiva, Lancaster es un juego bastante al uso en su
modalidad, sin grandes sorpresas, con un reglamento sencillo pero que permite
estrategias y planificaciones más complejas, ya que los jugadores tienen un
buen montón de opciones para intentar ganar la partida: nobles, guerras,
extensiones, caballeros… Toda esta variedad lo hacen bastante más entretenido
de lo que en un principio había juzgado. Y, además, está la posibilidad de que
participen hasta cinco personas, algo que ya parece todo un lujo en los juegos
de hoy en día…
No hay comentarios:
Publicar un comentario